En aquel tiempo hubo un hombre grato al Señor, el cual se llamaba Juan. Porque era varón de gravedad y sentencia, la alegre iluminada de Dios, aquella Teresa de Jesús, que con tanta espiritual alegría descollaba moradas de sosiego con jardines en los yermos austeros, le llamaba Séneca; y porque tenía la salud desmedrada y cadente y la talla exigua, le decía Senequita. Los hombres graves le llamaban el Doctor extático. Pues este varón justo, que os digo, todo lloro de lacería, y cuya vida fue tránsito doliente de amargor y sufrimiento, era todo espíritu, llamarada viva de una hoguera de amor; todo alta aspiración, desasimiento de cosa de humanidad, fervor ultramortal, ansia insaciable de purificación y depuramiento, en cuanto los límites de la humana posibilidad lo consienten y hasta donde se elastizan.
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